Lucía el sol, pero la oscuridad,
como ave de presa que está al acecho,
se cernía en torno a mí y a mi mal.
A punto de estallar, tenía el pecho,
sintiendo las bocas devoradoras,
hambrientas de espíritus fracasados.
Gansas esperaban, provocadoras,
el momento, al fin, de los condenados.
Levanté mi alma, como pude, lento,
la arrastré, como pude, hacia la vida
del mundo de la mentira y del cuento,
intentando olvidarme de la huida...
Esperaré hasta que el viento me traiga
los colores verdes de la esperanza
y que éstos no me permitan que caiga
al infierno de la desesperanza.
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